Es conveniente esperar un día soleado, con algo de viento, para que hayan buenas olas, pero cálido, para no tener frío al salir. Si hace mucho calor, posiblemente la primer zambullida será mucho más gratificante.
En primer término, acercarse al mar. Conviene, antes de entrar en él, admirarlo un momento. La inmensidad del horizonte es algo en lo que a veces no se repara, pero que es terriblemente conmovedor.
Una vez hecha la primera aproximación, caminar despacio por el agua. Cuando el mar comience a llegar por las rodillas, las olas al romper posiblemente comiencen a salpicar partes sensibles del cuerpo; soportar los salpicones y continuar caminando.
Cuando la ola empiece a romper cerca del estómago, entonces es hora del gran momento. Primero, es conveniente esperar a que el mar se tranquilice un poco, para poder tomar envión. Cuando se ve venir una ola grande, ¡CORRER!. Correr hacia la ola, y, a unos metros de ella, sumergirse. Sentir el frío, calando hasta los huesos, pero la felicidad de refrescarse después del calor sofocante de afuera. Nadar debajo del agua, escuchando atentamente, hasta que.. ¡fffrrrrmmm! El ruido de la espuma, de la cresta de la ola, pasando justo por encima de nuestra cabeza, sacudiéndonos un poco más de la cuenta.
Entonces salir, respirar aire fresco (ahora más fresco que nunca), tragar un poco de agua salada que es inevitable, y sonreír. Sonreír esperando la próxima ola.
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