Pablo fumaba en la puerta de su casa, de su casita de aquel lugar llamado Nomeacuerdo, mirando a su alrededor con la misma desidia del día anterior, y del anterior también. Para él era bastante sagrado el momento de sentarse en la puerta de su casa a fumar un cigarrillo por varias razones. Primero, porque era uno de los pocos momentos en los que dejaba su mente volar y, de algún modo, se olvidaba un poco de todo. Segundo, porque no podía darse el lujo de fumar muy seguido: no podía gastar demasiado en sus vicios cuando tenía varias bocas que alimentar (lo que ya de por sí costaba bastante).
Ese miércoles el cielo se veía abarrotado, y todo indicaba que en poco tiempo llovería. A Pablo le gustaba la lluvia, siempre le había gustado, pero se amargó al pensar que si se avecinaba un temporal, la pasarían mal, como siempre. Los agujeros en el techo ya eran imposibles de disimular, el agua que entraba en aluviones por ellos no entraba en los baldes y palanganas que ponían debajo. Los colchones se arruinaban, la ropa se arruinaba, sus chicos tomaban frío y terminaban enfermándose y su mujer, en el estado en el que estaba, era la que más sufría las consecuencias.
Pablo maldijo por lo bajo al pensar en todo eso, al pensar en lo que se avecinaba si llegaba a llover y, como no podía ser de otra manera, empezó a recordar viejas épocas. Nunca supo si le hacía bien o no tanto recordar las viejas épocas, pero al menos, por un momento, lograba retrotraerse a momentos felices. Todo era distinto en los años en que gobernaba el General Manzano, pensaba. Recordaba su trabajo, que amaba realizar a pesar de ser un tanto monótono, y recordaba las horas en las que, al salir del trabajo, dedicaba a luchar por sus ideales, a luchar por el Partido, a luchar por las reivindicaciones suyas y de todos sus compañeros.
Recordaba también lo que era volver y tener a su mujer esperándolo con un plato de comida caliente, y lo que era tener calefacción al máximo en invierno, y vacaciones en la costa en el verano. Y recordaba sus sueños, y eran los que más le dolían, y eran los que más extrañaba. La capacidad de soñar. De soñar con salir adelante, y con que sus hijos pudieran tener la educación que él no había podido tener, y que entonces sus nietos pudieran ser hijos de profesionales y estar orgullosos de sus padres, como sus padres lo estaban de él.
Pero las cosas habían cambiado en aquel lugar llamado Nomeacuerdo, y sus sueños se veían irrealizables, y el cigarrillo estaba consumiéndose hasta el filtro, y él se lamentaba casi tanto eso como la lluvia que se avecinaba; y mientras pensaba en que tendría que ir ubicando las palanganas debajo de las goteras, el grito de su mujer llamándolo lo hizo dar un brinco.
-Pablo, tenemos que irnos.
Me gusta!!!!! Pobre Pablo, me da pena...está bueno que logres eso en el lector...hacernos sentir lo mismo que siente el personaje...estoy diciendo algo obvio igual, perdón.
ResponderEliminarMe gusta, ademas admiro mucho a las personas que tienen la capacidad de escribir (yo no la tengo)algo, aunque piense que no es bueno siempre es mejor ver opiniones de otros...
ResponderEliminarCritica: si queres hacer una critica indirectamente a los tiempos actuales, no tires todas las bombas de una, gastas cartuchos al pedo jajaj