martes, 9 de noviembre de 2010

El holocausto de nuestros días

Hoy en día es natural pensar en el holocausto como algo malo, y en Hitler, como un villano. Incluso aquellos que coinciden con el III Reich muchas veces “temen”, por este motivo, hacer pública su postura.
            Sin embargo, sin que nos demos cuenta, hoy se comete un crimen incluso peor, por ser “imperceptible”. Miles de chicos mueren de hambre en sus propias casas; familias enteras viven sin un hogar, o en uno que se cae a pedazos. Y la sociedad, lejos de buscar una solución, los margina. A los más pobres sólo se les devuelve miseria. Los menos escrupulosos hasta se atreven a exclamar “¡Hay que matarlos a todos!”… ¿No es este exactamente el mismo discurso de quienes asesinaban a judíos años atrás? Deshacerse del “problema”, del que es distinto, del que “molesta”…
            Es fácil criticar a un dictador que ejerció su poder hace más de 50 años, pero es difícil mirar el egoísmo propio.  Y lo peor del caso es no darse cuenta de que es justamente eso, nuestro egoísmo, el que genera esas situaciones que después condenamos. Está mal que un muchachito sea capaz de lastimar a otro para sacarle  lo que lleva encima, sí. No cabe duda de que es necesario modificar situación semejante. Pero si cambiarla significa excluir en un ghetto al delincuente, no funciona. Sería mucho más noble de nuestra parte asumir que la agresión psicológica puede ser tanto o más violenta que la física; que pavonearse delante de alguien que no tiene dinero suficiente para comer con el nuevo BlackBerry o con zapatillas millonarias es una puñalada a su espíritu; que son las injusticias de las que todos nosotros somos (en mayor o menor medida) responsables las que provocan los problemas que sufre la sociedad en su conjunto; y que está, entonces, en nuestras propias manos hallar soluciones.
            No es algo fácil, sin duda. Pero lejos está de ser imposible conseguir la sociedad que queremos sin necesidad de excluir o matar a nadie. Se trata, simplemente, de tomarse un minuto para reflexionar un poco sobre la situación propia y ajena, entendiendo que las circunstancias en las que nacemos no nos hacen más o menos persona y que, entonces, todos tenemos derecho a poseer las mismas oportunidades; y que lo único que se necesita para que esto se haga efectivo es un poco de solidaridad de parte de todos. 

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