sábado, 11 de diciembre de 2010

Don't play with fire

Ahí donde una vez estuvo el fuego, te encontrás mirando las cenizas que quedaron en el piso. Y no sabés si de verdad estás viendo esa llamita que creés ver, esa llamita que te hace creer que el fuego va a poder resurgir -como el Fénix-, renacer, con la misma fuerza y el mismo candor que antes, o si sólo estás viendo los restos de ese fuego, o, peor aún, los restos de esos restos. Y en tu desesperación -¿Qué pasará con el fuego? ¡Que alguien me ayude! ¿Voy a poder con él si se desata? ¿Voy a poder sin él?- mirás a tu alrededor, y ves un montón de caras qué sólo hacen una mueca desentendida, quizá fruncen el ceño porque no consideran que el fuego sea bueno, o algunos que con alguito -casi nada- de entusiasmo sonríen, como dando a entender que tenés que luchar por el fuego, por que la llamarada estalle. Pero nadie te ayuda demasiado, nadie te dice qué hacer, cómo hacer lo que hay que hacer. Y en realidad sabés que eso es lo correcto, que nadie puede decidir por vos tu destino, que nadie más que vos puede saber si lo que ves es el fuego o las sobras del fuego, o las sobras de las sobras del fuego. Pero no sabés, te cuesta tanto entender ese fuego, que a veces calienta como una fogata en el invierno y a veces yace triste, todo ceniza, tan tan triste...






Entonces mirás alrededor y ves esos ojos. Ves esos ojos que miran el fuego (o las sobras de las sobras, ya sabemos cómo es la historia), que miran el fuego con la misma expresión que los tuyos. Que miran tratando de ver si es realmente fuego o es sólo una ilusión, si realmente quema o es sólo una ilusión. Y mirás esos ojos, y entre tanto verdor te perdés por un momento, y después, así, tan verde, recordás que tenés un fósforo, y te das cuenta que ojos verdes tiene combustible.

Y entonces entendés que tienen el arma arma desatar el fuego entre sus manos, se miran cómplices, porque ojos verdes también lo sabe, tus ojos, sus ojos, se juntan, se entrecruzan, se saben compañeros, se saben deseados por el otro par de miradores, se saben hechos los unos para los otros. Pero, teniendo el arma para desatar el fuego, se quedan en sus lugares, sin animarse a moverse. Temen que con solo acercarse, fósforo y combustible se deseen tanto que se imanten, que se unten, que se unan más allá de la propia voluntad de sus dueños; y que entonces se desate un fuego irreparable, un fuego irremediable, imparable. Y temen, temen que ese fuego los envuelva, que los envuelva y los queme, que les deje yagas en la piel, temen que el fuego sea demasiado fuerte y temen que luego de él, las marcas de la quemadura sean demasiado grandes, y demasiado irreparables, temen que las yagas de la piel no les permitan volver a sentir nunca más ningún fuego, ni ninguna nada, temen no volver a SER después del fuego. 
Por eso, ojos negros y ojos verdes se miran, se desean, pero se mantienen lejos, escondiendo las armas mortales que podrían ocasionar el fuego.... 


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